CÁNTARO Y OTROS LÍMITES
El poeta es lo menos poético que existe, porque no es identificable; continuamente está llenando
y dando forma a algún otro cuerpo.
John Keats
MANO
Pentagrama de carne, piel y huesos,
dádiva del tesón
y caja de Pandora cordialmente:
te tengo tanto cuanto tú me tienes.
Del reloj y sus fiebres nos hablan las ramas sonrosadas,
quíntuples albas entre nubes o charcos o monedas.
Del reloj y sus fiebres nos enseñan el modo,
las costumbres, el arduo mecanismo.
Cuando el desierto blanco se entristecen.
En el toro, sombra de su laberinto,
se elevan hasta la furia y cometen ágiles ocasos.
No cantéis, golpead en el tronco, no cantéis,
golpead hasta que hallemos el latido.
Estrechaos sin término y defended vuestra esencia de danza
del reloj, de sus fiebres,
de la maligna sed de seda ensangrentada
que nunca debería ser saciada.
TEJA
De la raíz del barro nace la curva de pétalo
que soñó un hombre sabio.
Sólo la nube la conoce, sólo la lluvia la lima.
¡Con cuánto amor sostiene su sentido!
Desde el sol ha llegado un enjambre de élitros
para poner a prueba su paciencia,
desde la luna surte el reguero de azogue
que agiganta el invierno de la noche.
Debajo de su tesón severo vive el rescoldo del hogar,
descansa la mansedumbre de la lana,
urden sus jaulas lentas las arañas.
Liba la claridad en el sosiego,
como el musgo y los líquenes.
MADERA
¡Qué negación del frío, qué rastro de la espiga
completa de verano, qué porfía anular, qué aspereza
de posos minerales, qué camino escondido,
qué inminencia de fronda, de nervadura, de hálito,
de tensión, de alzamiento!
En el mango pervive y en la puerta de casa
y en el cajón que guarda maravillas o lágrimas.
Porque nunca es cadáver.
Presencia vegetal hay en el coro oscuro
de la incensada catedral, en la cuchara
de palo y en el lápiz de aprender a escribir.
Hasta en el fósil vive, agazapada en su centro
la nuclear semilla de la savia.
INTEMPERIE
Desgrana escarchas el dolor del mundo.
Como Dios no ha nacido no sabe del amparo.
La espalda de la madre es un camino de escarcha
que recorre la noche. El llanto de la madre
se va haciendo carámbano de claridad y duelo.
En la estepa el dolor desgrana umbrías,
corroe el corazón de la ventisca.
Como Dios no ha nacido no está aquí.
El nacido se hunde en su pequeño tiempo sin monedas,
ha cerrado los ojos y se hunde.
PLUMA
Aquí te tengo, arquitectura blanda, fina lengua
de milagros ligeros que saborea el aire por encima
del mundo romo de los hombres,
perfil de filo y tacto de temblor.
Separada del ave no eres vuelo ni cobijo ni grasa
ni ornato ni llamada.
Separada del ave eres el miedo de mi mano a quebrarte
y el sosiego que das a mis pupilas.
Cuando te plante crecerás desde el álabe irisado
hasta la transparencia,
desde el venablo dúctil del junco
hasta el fervor soñado del ciprés.
QUILLA
Cortar el mundo en dos mitades imposibles
es la ardua tarea de los barcos,
y por eso el cuchillo de la quilla,
sabedor de su médula de Sísifo, se resigna y avanza.
Cicatrizan los mares interminablemente,
su sangre blanca hundiéndose junto a estelas de sal,
su carne azul tragando las heridas.
Sobre el agua el tamaño del hombre disminuye
hasta lo microscópico, hasta la torpe convulsión de la bacteria.
Sobre el agua es inútil la busca de sentido:
somos la enfermedad de los océanos.
Y la espuma rubrica con su altura de seda
el eterno castigo del filo que no puede con las olas.
Sólo la quilla avanza en este mundo ácimo.
LUNA
La noche da su leche a los aciagos, es un mudo camino
de palor desde el alfanje hasta los ojos.
En el frío de plata del alfanje nace la leche de la noche,
así pues manantial, así pues seno.
Leve luz o blancura desvelada
es camino que lleva hasta los ojos
implorantes de los aciagos.
Entonces se humedecen, se alimentan.
Entonces la madre noche da su leche
a los resecos ojos y el alivio dulcísimo de los aciagos
llena el frío de cándidos latidos.
Se alimentan los ojos de la leche que mana de la herida
del alfanje a la noche y entonces es su seno
nacimiento de daño y de consuelo.
La noche da su sangre a los aciagos.
ESPEJO
Mira, un tipo como yo, sólo que zurdo.
Bueno, no como yo, ése tiene la napia un poco más torcida,
las ojeras más anchas y la frente más agria.
Es un poco más viejo también, tiene más canas,
está un paso más cerca de la meta feroz.
Y es un cerdo egoísta: yo pienso en él cada vez que lo veo,
incluso lo saludo; él sólo piensa en él,
en la pendiente de su deterioro
y en la manera de disimularlo.
¡Con qué tiento se afeita, se peina, se acicala!
En el espejo vemos el futuro, es decir, la carcoma.
Dios hizo los espejos para la admonición,
para que viéramos debajo del relleno
el fino trazo de la calavera.
Lewis Carrol mentía: no hay otro mundo allí, no hay otra lógica.
BÓVEDA
Falso cielo: semejas noche gris o suples paraíso.
En todo caso ocultas la sangre del silencio,
la que recorre las arterias de la argamasa,
la que palpita con infinita lentitud en los sillares.
Oblicuamente basas
el espejismo de tu curvatura
en el trampantojo de la levitación.
Ascenso de teatro me propones,
alma falsa a lo alto, denodada tramoya.
Álabe mentiroso en la penumbra: no suples paraíso,
te interpones entre la llama y la mirada.
Tu nublado como telón de fondo de este tedio,
tu falso sacramento como telón de boca de la perplejidad.
Dentro, el cráneo es otra bóveda marchita.
DUNA
La suma de la arena es una forma frágil de eternidad
y el paradigma de la lentitud:
el oleaje sólido de los segundos que se vuelven años.
El desmoronamiento acaba construyendo
la minuciosa catedral de granos.
En la noche el triunfo del gris vierte confusos rostros
entre las sombras que la luna causa.
En el día cristales desmedidos apuñalan la luz mientras
arde la arquitectura de la piel
de la duna, desgranado tizón.
Un lagarto de sal se arrebuja entre las duras brasas,
ostenta su sinuosa rigidez con el orgullo
de millones de años que se vuelven segundos.
Es el soplo del sur quien moldea la suma de la arena,
la forma ardiente del desmoronamiento.
ANILLO
El álabe del espacio llega a su perfección
en la clausura del anillo, simple como un botón
y paradójico: breve camino sin fin.
En la belleza limpia de su forma veo el afán de distinción
de la materia, también su desvelado modo
de echar de menos la geometría.
Metal en el redoble de conciencia del contorno
y sustancia de ciclo que compone en el paso del tiempo
el rastro de nieve o de leche de las constelaciones.
En el árbol es alma, en el dedo es triunfo y apología del ceñir.
¡Desde el cerco delicado de los labios
ulula su canción pequeña, completa con su sazón sonora
la remota región de los orígenes!
TINTA
En la médula negra de la tinta vive el fuste de piel
de la palabra, también el diamantino
cimiento de los números.
Trazo de noche en el papel, fría estela de pozo
que cuenta y canta de la profundidad.
A veces esas huellas encajan en espejo
y dicen límites de luz y los matices orlados de la sombra.
A veces la senda de la tinta lleva a cimas
intactas de dolor o desmesura.
A veces el fluir de la tinta riega los surcos de la inteligencia,
crece entonces la calma y el prodigio
es el fruto de la línea de sombra.
Entonces, mentirosa tiniebla,
escucho con mis ojos a Quevedo.
LLAVE
Encaje y engranaje. Abrir es descifrar prismas de aire,
triángulos de acero. Abrir es asomarse a cualquier mundo:
a la difusa luz, al filo del desastre, al canto de las nubes,
al hondón delicado de la reciedumbre.
Cuando encuentres la estricta palidez en la pulida
respiración de los metales, entonces se agitará la contraseña
y rotará la cal del mecanismo. Así la ingravidez.
Cerrar es perfilar agravios en la frontera del cilindro,
conjugar la pericia de los dientes con la armadura
final de la escalera. Cerrar es completar con dedos turbios
la filiación de la circunferencia.
Así el deseo roe los peldaños.
LECHE
Alba de nube para la garganta y regreso al regazo
caliente del origen. ¡Madre leche, concédenos
el arrebato consistente de la nata, la tibieza del cántaro,
la abnegada fidelidad de mayo,
el crujido del pasto y la melancolía
pegajosa de las tardes de agosto!
En el corazón del tallo la savia conoce con paciencia
su futuro de ubre. En la noche la luna se licúa
para hacerse venero y así llegar al secreto rincón
donde la nieve parpadea. ¡Madre leche,
danos dulce deseo de claridad,
úngenos con el avío maternal de tu certeza,
que surja de tu fondo de almendra
la delicada flor de labio del pezón!
CORTEZA
Hay un resto de cáscara en el terrón que deja
tras de sí el arado, una aspereza de inclemencia y ácaros.
También la sal conviene a este crujir pequeño,
y el color de los cardos del verano.
En la espuma del pan se va fraguando el corazón caliente
que oscurece la piel de las harinas,
como en el meollo flexible del tronco se entibiece
el empuje al que el dorado tiempo dará dibujo de vejez.
Cuando es corteza el límite
los nudos soleados de gea me alimentan.
Cuando es corteza el fin y el tacto se cuartea,
goza la lengua de la sal madura
y de la frágil sucesión de crestas
que han subido hasta la altura del sol
para acabar siendo sentido en la pasión mortal de la saliva.
NIEVE
Del cielo la cenizosa lentitud, la cumbre del silencio.
Y volar, por ejemplo, entre caricias
de hilacha fría hacia el espejo vertical
y gris que cubre el alma del planeta.
Lo que la nieve deja no es blancura,
es transparencia o atravesamiento
de la obstinada esfera de la niebla:
desmoronada en lo alto, recompuesta
en el simple suelo, en la ancha morada de los pasos.
Este vapor inverso, nieve o calma,
que esponja la cadencia de red de los pulmones,
me empuja hacia la miga descendente,
me hace saltar, tan blando yo como la hilacha fría.
Y consigo volar entre los copos
como entre dulce ceniza de corteza.
RIBERA
Cumple el junco su sueño de saeta
y el martín pescador su afán de brillo.
Baja, disuelto en agua, el monte desde el alba
de hielo hasta este tibio cauce de mediodía.
Entre el limo y los élitros un puñado de hierba,
entre el canto y el puente las pisadas
del peregrino lácteo, el herido
por el olor a larva y a molusco
de los haces de agua.
Se detuvo en el soto: aquí su huella honda.
Vio en las hojas del chopo el ritmo doble
de todo tiempo vivo, día y noche.
Lentamente la llamada del barro lo sumió en su regreso.
Supo que cumple el junco su sueño de saeta
y el martín pescador su afán de brillo
en la ribera del deshielo.
BRASAS
De todo quedan restos, nada muere:
de pangea las amplias cordilleras, del volcán la ligera
tierra negra, de la roca la arena y en la arena
las huellas de quien será quieto hueso después y barro seco.
En la minucia de la lagartija permanece la herencia
feroz del carnosaurio, en mi cara el hocico del gorila.
En el papel el árbol, en la teja las márgenes del río,
en Dios el miedo y la melancolía.
De todo quedan restos, nada muere:
de la belleza la geometría,
del amor la ceniza con sentido
y del dolor las brasas.
CAJÓN
Busca la cinta que ciñó su pelo
y la foto oxidada del viaje al mar
y la carta de nadie y el olor a esmerada
consunción y el anillo de boda y un reloj
que marca los silencios a deshora y un pañuelo
con flores amarillas y un billete
de tranvía capicúa y azul
y una entrada de cine, fila seis, verde claro.
¿Has encontrado las pequeñas cosas
que demuestran que no somos un puzzle, sino barro aventado?
¿Has mirado en el fondo del cajón?
¿Has visto allí, esperando, rumiando tiempo nuestro,
a la pequeña Muerte, tan humilde, tan sabia?
Muchas gracias, amigo. Si tú quieres
también puedo buscar en tu cajón el pecio triste
para que sepas que no has perdido nada
porque nada tuviste.
NARANJA
¡Qué comprensible y próxima la dulce acidez!
Que la naranja tenga la forma del planeta
es un tierno extravío de los dioses,
una fresca metáfora mañanera y airosa.
Que la naranja sirva para la sed y el hambre
la convierte en cobijo contra el frío,
en savia luminosa que completa el sentido de la boca.
Dentro los gajos como dientes de leche,
como bocados de geometría, como dedos atentos y brillantes,
como cachorros mudos con sangre de azahar.
Naranja de diciembre, comerte es dilatar
el alivio del aire con el aliento verde de tu pulpa,
ensanchar la nariz y ser de tu perfume de clausura de alba.
Al tomarte, sereno corazón, regreso a la medida de mi mano.
¡La ácida dulzura qué cercana, qué nuestra!
SUELA
Abajo entre la grava, el polvo y los guijarros;
abajo entre la arena, la hierba y el cemento;
abajo entre baldosas, asfaltos y escombreras;
abajo entre pedrizas, alfombras y ribazos;
abajo entre raíces, abajo entre los charcos,
abajo entre los pétalos de la flor preterida.
Allí donde nacimos y donde volveremos,
allí donde la escarcha engarfia sus escamas,
allí donde la lluvia se hace fango,
allí donde se pudren las semillas,
allí donde da el beso la boca del vencido,
allí donde los salmos son cochambre.
La paciente distancia entre el pie y el planeta
lleva en sí los trazados de todos los caminos.
Nada más mío que la sede humilde
de los pasos que doy:
allí abajo, en el suelo, la suela me sostiene.
AZOTEA
Cubrir de luz el límite o atrapar la pericia de las nubes
son trabajos del aire. En el canto del último soldado
reside la quietud porque sabe que nada más allá
puede ser sostenido, ni siquiera posible.
Vientos de sal lejana hacen que las antenas giren,
que las chimeneas se desmelenen, que las sábanas ondeen.
Y más arriba el cielo como mar de otro mundo,
como sede de céfiros undosos, como eco
de la postrera voz del más herido,
como pista de hielo para la desnudez.
Cubrir de luto el límite o desvelar el acicate
de las constelaciones son tareas de la quietud
en noches delicadas.
El último soldado sube hasta aquí,
se tumba boca arriba, abre los ojos
y proclama: "Ya nada más allá".
UMBRAL
La puerta da su sombra a los que buscan
la acuarela del sosiego. No a los que buscan lo del otro lado,
la imposible nueva verdad o el arrebato del olvido,
a ésos no, a ésos nunca. La fresca sombra grata,
la anunciadora del zaguán y del botijo,
para quien sepa estarse quieto entre los grises húmedos,
entre azules de pozo; para quien sepa que el silencio es sabio.
Ven, yo te convido, amigo. Sube el único escalón
y detente: sobre la piedra que los años lamen,
bajo la viga de madera viva, entre la tierra seca que seremos
porque así ha sido siempre, abre los poros
de la piel asolada a la penumbra de frescor y de cántaro.
Ven, yo te convido, amigo. De los ancestros queda
la costumbre de cal en los tabiques,
un aroma de cuero y vino joven,
el elogio callado de la mano dispuesta y de la calma liminar.
CANICA
A ras de tierra la victoria. Carambola de infancias
en la tarde de polvo y vehemencia,
emoción tan redonda como el vidrio, qué dolor no teneros.
Toda esfera resume el universo. Ésta más:
por transparencia y por tenacidad. En el chasquido vive
la sencilla armazón de su sentido: tacto y daño,
pelea estilizada hasta el pincel de la geometría.
Percuten las canicas y no sé si es el beso el que anuncian
o el disparo, aplauso o puñetazo.
Percuten las canicas frente a frente
y en el perfil del aire de la tarde queda
eco de amigos viejos y sombra del afán.
Dejábamos el juego cuando la luz huía,
dejábamos la vida. Qué dolor no teneros,
qué dolor que los golpes amanezcan.
A ras de tierra el tiempo, la derrota.
NAIPE
En la penumbra brilla. Es espejo del fuego del azar,
fuego frío que deja carbones en las uñas
y en el aire destellos de estilete. En los oros el sol,
día multiplicado; en las copas el agua que se aquieta;
un fragor de herramienta en las espadas;
filo de talla y verde de corteza en los bastos.
Contundencia de canto: qué fijeza el destino
de las permutaciones, qué pendiente de números adversos.
El hechizo del naipe es que está hecho a nuestra imagen.
También nosotros somos cifras
que el azar gobierna, reyes o doses qué más da,
piezas de un juego que nadie nos explica.
También somos de fuego,
también en la penumbra nuestro brillo.
CUADERNO
Espera en el estante los trazos de la huella,
que un ángel o un demonio lo convierta en camino
sobre el mar. Es todo piel y espera que las manchas
que aún no tiene sean, al fin, hazañas del color
o magníficos engranajes del verbo.
Atrévete a ensuciarlo, llena de manos sabias
su lenta desnudez. Es todo piel y quiere un tatuaje
de carmín o de rabia, de saliva o de sol,
de misterio o tormenta; quiere trazos tenaces
que con él envejezcan. Complácelo.
Atrévete a la línea, a la sombra, al matiz,
sé el ángel de su pluma, el demonio violento
de su fiebre. Haz de su larga espalda campo blanco
donde aventar simientes de sentido.
OBOE
¿Dónde nació esa música? Pulmones, lengua, labios,
aire, dedos y un tubo de madera, limpia madera añeja
que da vida al sonido en sus entrañas.
Desde el oboe surge blancamente
lento manto de menta y de corolas,
una mano de espuma aromada y quejosa,
un haz de hilos de plata de cálida textura.
Es en el aire ancho donde nació esa música,
en el aire palpado con deleite por la secreta vibración.
Y morirá en el cauce cenagoso de la vieja memoria,
pero antes habrá nutrido mi melancolía
con su almíbar ligero, me habrá abierto
los poros a la noche serena del sentido
recreada por Juan Sebastián Bach.
ALMENDRA
En el meollo blanco cabe médula dulce de alimento
y también la finura de la gema bruñida.
Tesoro de sazón, de ahí lo bien guardado;
tesoro con razón, la luna tibia en gotas.
Fuera la desazón, la tosquedad, la piedra;
dentro la savia sólida, la densidad cimera de la leche.
Come. Deja entrar en tu cuerpo el corazón de lágrima
que la tierra y el agua le dieron al almendro.
Deshaz entre tus dientes el hechizo
de calma aquilatada que guarda la madera.
Y llega hasta la tierra nutritiva,
la que nos hace, la que nos acoge.
POSO
De todo quedan restos, trazos, huellas.
Y lo sabes: no existe la pureza,
la transparencia es cosa de los dioses.
Aquí abajo manchamos: la tierra en los zapatos,
el aceite en las manos, el café en la camisa,
la lágrima en la carta. Y sobre todo sangre:
rojos regueros desatados que dejan charcos secos,
efusiones calientes que la arena se bebe,
ríos de fiebre a machetazos.
El paisaje del hombre deja un poso de hiel
que llega a las raíces y que será mañana
fruto amargo. Cuando sólo seamos
bultos ciegos quedará de nosotros
la mancha gigantesca que al fin alcanzaremos:
un manto de sudor y grasa y sangre
que cubrirá el planeta de tibieza y abono.
VENTANA
¿Quieren los ojos cielos, las tejas, los ladrillos,
los setos, las aceras, los neumáticos?
Buscan más bien la simetría dulce de otra
mirada inquiridora,
pero no es éste el sitio ni tampoco el momento,
por lo visto. Los ojos se detienen:
hay una mano en el segundo izquierda
que sostiene las hojas otoñales
de un libro de poemas,
lo sé por lo raquítico.
Entonces, oh milagro,
los ojos y las manos se enamoran
con un fervor de piel y de pupila confundidas,
se anhelan y se inquietan
en un instante lúcido de seda y estupor,
se estrechan en su mundo sin espacio,
suben hasta el meollo de la luz...
Y después de la llama, la lenta languidez.
Las encendidas manos han cerrado
el libro y el otoño,
la cumbre y la cortina.
Las ventanas, solícitas ventanas,
permiten estas cosas.
RELOJ
Redonda hipocresía:
no cuenta tiempo, sino secos pulsos
o engranajes sutiles del camino
que nos lleva a morir.
Arteramente dice que todo es ritmo lento,
pero sabe que esconde un río subterráneo
de aguas feroces, frías;
un río de fragor y de negrura.
Arteramente dice su condición de péndulo
y hace que nos creamos también
regulares y exactos como tazas de té,
pero sabe que somos barro hundido
en la sima que lleva al manantial
del río subterráneo.
Si digital, de arista es su mentira;
si afila manecillas se agazapa
tras líneas elegantes su trampa circular.
La celada es tan cierta como tú y como yo,
tan innegable como cincelada.
Y sin embargo...
¡qué necesario es que triunfe su engaño
meticulosamente!
FLOR
Esta flor amarilla,
temblor del descampado,
sobrevive al azul.
Esta flor poderosa
tiende su nervio alto entre cascotes,
estrella caediza.
Esta flor invernal
da sentido al señero
sentir que nadie puede arrebatarnos.
El azul nos envía
el viento frío de sus huestes limpias
y pretende que hagamos
torpes ofrendas líricas
a su espalda pulida y mineral.
¡Tantas veces lo hicimos, miserables!
Esta flor amarilla nunca cede.
Sobrevive al amor
insidioso y crispado
del viento del azul.
OTRA NIEVE
Esta mañana hay una calma nueva
adueñándose de la miga de la luz,
del meollo que hiere y alimenta,
inveterada paradoja,
a los ojos cansados.
Un tuétano ligero y esponjoso
esparce Dios sobre este mundo mío,
claustro pequeño y claro,
y lo que cae parece la esperanza.
La luz se va quedando.
Aquietada en su propia levedad,
la luz me abre párpados y poros,
y yo, enfermo de la luz,
me voy a ella.
ARTEFACTO
Moldeado o pulido,
ensamblado, limado, barnizado,
estarcido, bordado, recamado,
sobredorado, inciso, torneado,
atornillado incluso o encolado,
o forjado o soplado o recortado
o tallado o grabado o estañado
o teñido o impreso,
por ejemplo.
Simplemente doblado también sirve.
Hecho con tiempo y manos
y además con medida, en todo caso.
Hecho según labor, desde abolengo
y entre cosas lamidas por el uso.
Hecho con arte claro.
TELÉFONO
Lorca escribe que una
cabina telefónica
cantó sin alborada y sementera.
Valle-Inclán nos enseña
que el grillo del teléfono
se orina en el regazo burocrático.
A Ramón se le clava la duda existencial:
"¿Marqué el uno o el cero,
lo que es o la nada?"
Luis Alberto de Cuenca, más prosaico,
nos cuenta que su chica,
la que se fue, los hilos del teléfono
se llevó en la maleta.
Antes de decidir
que los poetas son gentes excéntricas,
has de saber que por aquel entonces
los teléfonos eran Polifemos
chillones con montera
y marcar era hurgarle los párpados al cíclope.
ACUARELA
En el agua las nubes y los cerros,
el chopo y el ciprés,
la majada arrumbada, el riachuelo,
y a lo lejos el pálido rebaño
y el mínimo pastor.
Disuelto en agua el mundo parece más hermoso,
mejor proporcionado
y con el toque justo de imprecisión o sombra,
con la luz vagamente indefinida
de los mejores sueños.
Disuelto en agua el mundo se aquieta, se suaviza,
diríase intocado.
La espalda del pastor, allá a lo lejos,
es un trozo de musgo entre los copos
serenos del ganado.
MIEL
En la esencia dorada del olor de los montes
vive la luz quebrada de las tardes de agosto
y la acidez oculta de las lentas raíces
en el denso dulzor de su alma de alambique.
Qué calma condensada, qué licor infrecuente
llevado hasta el tesón y la melancolía
desde la luz de aurora de las flores pequeñas,
qué pincelada o llama que en la quietud se espesa.
Destilación de sol, esqueleto fluido
de poderosas alas, esperanza del polen:
es tan añejo el poso que su peso nos deja
que se imagina virgen y ancestral nuestra lengua.
Este seco cantor pide al dios venidero
que permita a sus nietos disfrutar de este bronce
vencedor de milenios, de esta herencia que es fruto
de soles y laderas de ásperos arbustos.
GARABATO
Al pronto nada veo:
dos docenas de rayas con el lápiz del dos
y manchas verdes, rojas, azules y amarillas
con el tacto terroso de las ceras.
Pero mi niña dice que hay un río
y árboles y flores y pájaros y un perro
que menea la cola. Así pues, me equivoco.
Vuelvo al papel y la mirada cambia,
guiada ahora no por los colores
y los trazos, sino por algo nuevo
que nace del cariño, minúsculo temblor
que pasa de la hoja a las pupilas,
no sé si por el aire o por la piel,
y que me abre los ojos.
Ahora sí, ahora veo
el fresco río, los frondosos árboles,
las flores esparcidas, los pájaros en vuelo
y un cocker pelirrojo.
Ahora veo, por fin, lo verdadero.
FUENTE
Nada nace de nada.
Depósitos de herrumbre
o de alma subterránea o de neuronas
febriles o de dulces raíces
son necesarios para que aparezca,
pujante como nuevo, el hontanar.
Pero hay que pensar bien:
ni surge de la nada ni acaba de nacer.
Es viejo como la piel del mundo,
viejo y paciente como los ocasos,
y viene de los inmensos depósitos nocturnos
que algunos llaman Almacén del Tiempo.
Nada nace de nada.
Todo brota de sótanos antiguos
y bodegas tapiadas:
las ideas, el arte, la ambición,
el amor, la venganza,
la bendita rutina y la mirada
que inquiere el porvenir.
CÁNTARO
soy yo mismo mi aljibe
Francisco Pino
1
Soy el que guarda vetas y veneros
y el que junta destellos en el redondo vientre de la noche,
el que llama a la leche por su nombre
-ruta celeste, cálamo que siembra llamas breves-
y el que cumple en la espera
la condición amarga del pañuelo.
Rezumo tardes anchas, de calor y respeto,
y madrugadas de metal y búhos.
Cuando fluyo se aquietan en las venas
manantiales de linfa
que imaginan que son ríos de lava...
Y qué le voy a hacer,
soy el que soy ya sin remedio ni ambición.
Todo está hecho, todo
desenlazado y lento como brasa de médula.
Cumplida madurez y sin revuelo.
2
Antes no, antes la punta alegre
de los lápices se hundía en la memoria
y brotaban los músculos de miel
que llenaban de mapas el sendero,
y brotaba la brújula de fiebre
que me marcaba el norte de unos labios.
Pero cuánto baldío tantas veces,
cuántas veces buscando nácar alto
encontré comezón y sal y esparto,
cuánta certera decepción.
Si nada puro es nuestro
mezclemos flor y tizne, la pena y la esperanza:
En el paso sin poso del verano
la vibración del mediodía se nutría
de follajes lentísimos.
Entonces la montaña desvelaba
su aguda transparencia: mis espinas crecieron
junto al acero de las aguas,
bajo un cielo de pozos que derramaba aristas
sobre maduros pedregales.
Crecieron mis espinas y cortezas
de pan sobre la piel del corazón.
Cierta vez una nube de tormenta
me dio miedo y remedio juntamente:
qué dorado crujir me recorre los surcos del cerebro
si vuelvo a aquella tarde de ramadas
siniestras y de la lumbre a borbotones.
En la cama ocurrían los milagros,
entre las sábanas -oh dulzura de luz-
multiplicaban sus latidos
las delicadas alas, en el nido
todo calor es poco y susurraban
su desnudez de sol las mariposas.
Caminar era ver y ver el trato
frecuente con ladrillos y con rostros,
con las rejas que guardan la manchada quietud
y con el canto triste del bordillo.
Mirar desamparadas avenidas
es una forma blanda de consuelo.
¿Y la curiosidad? ¿Y el desafío?
Los hubo sin palabras,
a veces restallaron como látigos de oro,
a veces sólo el roce se sabía,
rumor de escamas entre la hojarasca.
Un agobio sin nombre cubrió también las tejas
en los días de patio y manos muertas,
la delgadez del humo en la colilla terminal.
Pero cualquier rescoldo me valía
para templar rodillas y pestañas,
armonía de labios incipientes
o meandro de párpado o cometa de melenas al viento.
La dulce desazón, el tierno ahogo
de salivas fugaces perseguía los andamios del tiempo.
Desdén por lo pequeño y pasmo lelo
de inmensidades turbias,
así también la estupidez vencía
recién sembrados juegos de guerra y primavera.
Hice rompecabezas de chatarra
para esquivar el frío de los charcos:
no intentó componerlos
nadie, ni amigo ni enemigo. Como el seco
fulgor de un relámpago sin lluvia
llegó hasta mí la carne del desdén.
Mas eso no fue todo,
hubo también alas remotas
que dieron aire fresco a las oscuras galerías,
a los recodos polvorientos
de la gran madriguera del cerebro,
ese selecto laberinto sabio que me traiciona a veces
fabricando carótidas de niebla
y cambiando de tiempo encrucijadas.
Ya sé que fui bifronte, como todos los seres paginados;
ya sé que cara y cruz son la misma mirada intercambiable.
¡Si al menos una vez el hada rubia
hubiera echado sobre mi cabeza la brisa de su boca
como se sopla un diente de león!
Levedad de vilanos o cadencia
del junco que se dobla y no se rompe:
ahí la fuerza, ahí,
como el amor en la querencia de las cosas
que rodean el nido.
En los inviernos hubo ventoleras de vidrio y esqueletos
vegetales y palmeras de coco.
Por las esquinas limpias caminaba
el filoso fantasma de cemento,
es verdad, pero su aliento de guijarro
templaba las raíces y la tierra
en los cuadrados cándidos de riego.
Qué aspereza tranquila
ver áridas capuchas en las trencas
y amorosas chinchetas en el póster
y caracoles en los trolebuses...
Cómo todo tan frágil, tan remoto, tan ido.
Quedémonos mejor con el otoño y lleguemos al mar,
a la espuma de las uñas calcáreas
capaz de taladrar acantilados,
a la paciencia eterna de las olas vibrátiles y amargas,
a la arena que esconde los destellos de nácar
que sólo encuentro cuando no los busco.
Mira, en las huellas que dejas en la orilla mojada
está el sendero en el que surten mapas
de países de miel, el sendero de sal que se compone
de los quiebros y quicios del inclemente tiempo.
A caminar por él, que la memoria
lentamente se apaga.
3
¿De qué me he ido llenando?
De nueces invernales, de galanas costumbres auditivas,
de jergones de esparto, de periplos sedosos sobre senos,
de añejos nombres nuevos, de mentiras
de áspid y de verdades de madera,
de ínsulas extrañas, de lejanos
coloquios al temblor de las estrellas, de las cifras
afiladas del tango, del silencio verdoso de la siesta,
de patrañas hermosas, de fideos sin sopa,
de galanes de noche tartamuda,
de los espejos ávidos de sombra,
de tapiales de adobe y telarañas,
de cajones de sastre, de entretelas,
de rastros de carmín en vasos blandos,
de destierros de sal hurgando en maletines con espita,
de cerezas de sangre, de aspavientos, de púas, de ribazos,
de inclemencias abiertas como heridas brumosas,
de límites intactos tras las dunas,
de las tejas mejores
-condensación de soles y de pozos-,
de compases de pulso
en un aria de Bach, de desconchados
en la pared de la razón, de espliego
desperdigado en charcos,
del fuego de los ojos del verano,
de tablazones de la madera del nogal de nueces invernales.
Hondo tengo que ser
para que quepan todas estas cosas
en la frescura de mi vientre oscuro
y nada se desborde.
Hondo tengo que ser y sosegado.
4
Cuando me rompa quiero
que el jugo que contengo se derrame sobre un lecho de tierra
reseca por el tiempo de las piedras calientes,
para que el jugo que contengo sirva
de signo y de consuelo,
para que el jugo que contengo alce los puños a la nada
y conserve la ira de los justos.
Será espejismo, mas tendrá coraje.
Cuando me rompa quiero que el aliento
que también soy, aire de queja o canto,
crezca y crezca sobre piedras calientes
hasta el alivio de la ventolera.
Así seré de vuelo
y empujaré con impaciencia y ceño
el polvo de los días impasibles.
Viento para que el tacto reverbere,
viento invisible de la piel en luz.
Cuando me rompa quiero que los trozos
de barro se hundan en el barro,
sin prisa, sin dolor,
y que lleguen tras honda travesía
al lugar de la médula,
donde comienza la raíz su viaje,
donde nace la savia.