UN CRISOL DE CENIZAS
ash hair, toad hands, prune face
Philip Larkin
Sólo
son ascuas tibias
que
ni siquiera pueden añorar
la
llama que las hizo.
Cuando
los sientan, esas manos suyas
de
corteza y de sal
se
desmoronan hasta ser del muslo
o
gobiernan el ritmo del rigor
o
espantan moscas, pero en otro tiempo,
o se buscan febriles, se acarician, se colmanuna
a otra en silencio:
gestos
que nunca sirven para nada,
pues
nada significan.
La
desmemoria mata
(¡cuánto
tiene de olvido la viejísima muerte!)
y
por eso sus ojos ya no ven,
se
tensan en el centro del absurdo:
los
colores están
y
las líneas limitan los bultos de la luz,
los
huecos de las sombras,
pero
dónde las formas,
dónde
la claridad de los objetos.
Esos
ojos se abren al tumulto,
al
puro desconcierto.
Si
te apartas un poco y consideras
el
trazo de conjunto,
no
verás, y es extraño, lo frágil
ni
lo roto ni lo que ya no es,
sino
la fuerza indómita, inclemente
de
la vida feroz que utiliza el dolor
también
y el desamparo
para
cumplir su oscuro vencimiento.
Están,
apenas son,
presos
de su vivir involuntario,
de
la última brasa.
Están,
apenas son,
esperando
la amarga, lenta muerte,
tal
vez para ellos dulce.
CAMUFLAJE
Nunca
digas que pasas las yemas de los dedos
por
el papel manchado de la página
buscando
recibir algún mensaje
oculto
a la mirada, abierto al tacto,
en
el libro maduro.
No
confieses jamás tu ancha admiración
por
el hombre cabal que generó la forma
exacta
y hermosísima
de
la rojiza teja
desde
el barro raigal e ilimitado.
Cuida que no sospechen
que
eres feliz cuando tus hijos ríen,
y
cuando tienes hambre y sabes que te aguarda
un
luminoso plato de lentejas,
y
mientras oyes que la lluvia llega.
Cuando
vayas un rato al otro mundo
gracias
al son de nube descifrada
de
un aria de soprano de Juan Sebastián Bach,
que
no te vean ellos,
que
te crean febril o con resaca.
Que
no sepan que sabes.
Si
hablas habla del tiempo,
de
fútbol, de dinero, de trabajo
o
del color de una tapicería.
Si
escribes, burocracia.
Odian
a quien se atreve a recordarles
que
ignoran lo importante.
QUI ANTE NOS IN HOC MUNDO FUERUNT
¿Dónde
las carantoñas de tu madre?
¿Dónde
aquel primer gol de roncha y patio,
el
ajado Scalextric que heredaste
de
tus primos? ¿Y dónde el afán áspero
del
humo de ducados principiantes?
¿Dónde
el espejo de ensayar amagos,
las
cegadoras broncas con tu padre,
la
chaira como tiento de tu mano,
el
olor y la mugre de los bares?
¿Dónde tanta altivez, la artesanía
de
ligar cada mes un buga nuevo?
¿Dónde tus dos colegas y tu piba,
los
chistes de maricas y de negros?
¿Dónde
las birras y las jeringuillas?
¿Dónde
el sueño de luz que precedió al silencio?
LA
PIEL DEL TIEMPO
Las
fervientes hormigas, los ofidios
de
silencio solar, los armadillos,
los
poderosos tigres y las cebras
-juntos
en el misterio de sus sendas
de
piel-, los ingenieros, los rapsodas,
las
arañas geómetras,
perros
serviles, sibilinos gatos,
iguanas
y galápagos,
mínimo
colibrí, quebrantahuesos,
el
marrajo ondulante y el grotesco
servidor
de su bolsa de monedas,
yo
mismo, tan a medias,
nos
deslizamos todos y con qué
ligereza
sobre la blanca piel
de
la espalda del tiempo.
(El
blanco es el color del verdadero
terror,
no lo olvidéis.) Nos deslizamos
por
la pendiente tibia del citado
dorso
del tiempo tan ligeramente
que
no hay ser que se entere
(como
hay que enterarse, con la carne)
de
que el final del viaje
es
lo hondo del tiempo: el prieto, el turbio,
el
espeso agujero de su culo.
EMBELECO
Y RÁFAGA
Piel
de mentira en el escaparate:
falsa
es la frente, falso es el cogote.
En
la turbia insistencia del escote
ciño
la comezón, prendo el dislate.
El
mismo truco trepa hasta el remate
final,
mitad de precio, y que se note
la
prisa del caudal, y que no brote
la
evidencia de flas de tanto orate.
El
capital insípido no embiste,
sólo
coloca tieso cada engaño
al alcance del ojo, cada gota
de
ambrosía falaz, de cierto alpiste,
a
la altura del diente del rebaño.
¡Con
razón venden viaje sin derrota!
EL RÍO
1
En
el sigilo terco de los siglos,
en
la dureza cálida que es fruto
de
solear la entraña del planeta,
en
la roca quebrada
surge
el frescor en forma de principio:
brotan
aguas en haz, flexible transparencia
para
la cuna clara del empuje.
Al
hontanar le basta con su ser,
con
la pureza tersa de su parto.
La
montaña contiene, silenciosa,
el
secreto del frío que germina:
nace
de sombras la diafanidad
y
un alga casi líquida
mana
también y baila en ese empiece
de
todos los vergeles.
Los
músculos elásticos del agua
ejercitan
su andar de desperezo.
El
musgo y el guijarro
salmodian
canto llano,
melodía
de todo nacimiento.
Y
en una rama cercana
celebra
tanta presencia
el
contrapunto del mirlo.
2
Una
garganta en tajo
traga
las aguas niñas,
que
se aquietan a ratos
y
a ratos se despeinan.
Dentro
un jirón azul fulge en lo alto
y
el río es una densa emanación del frío
que
se desliza opaca
entre
las lajas lientas de la foz.
La
piedra derrotada,
hendida
por milenios de angostura,
nunca
ceja en su aguante.
El
agua cabrillea, juega, danza
y
descansa en la poza.
La
libélula verde da su nota
brillante
y desparece.
El
sol llega hasta el cauce
solamente
en el tenso mediodía:
breve,
elíptica, ágil,
centellea
una trucha.
Y
este martín pescador
da
su pincelada breve
como
ofrenda, como ápice.
3
En
mitad del camino de las aguas
la
ribera jugosa acoge el paso
del
haz terroso y vivo.
Álamos
en el soto, huella leve
del
gorrión en el barro,
agavillados
juncos
como
recién erguidos
y
aneas y espadañas
dejan
rachas de álabe en el aire
y
bordean el cuerpo, dúctil y rumoroso,
que
avanza sin apremio.
Por
debajo los cantos y los lodos
sostienen
el deshielo,
la
fuerza mansa que inmiscuye en todo
la
esperanza del fruto.
La
parsimonia de los barbos mudos
escudriña
en el fondo
sedimentos
nutricios y templados.
La
madurez es jugo y deja poso
en
el paso solemne de la tarde.
Y
el vencejo sueña elipses
perfectas
para su vuelo
en
la yema del verano.
4
Ya
junto al mar el río ramifica
sus
lechos siempre turbios.
En
silencio de limo
se
desliza el siluro,
serpentea
la anguila,
toda
látigo y piel.
La
garza altiva
otea
la vejez de la corriente:
generosa
de nutritivos seres,
se
va haciendo de sal. El oleaje
dispersa
el cuerpo de la dulcedumbre
en
trizas de cristales.
Un
alga de cartílago se hunde
al
compás de columpio de la playa.
Las
aguas que culminan su andadura
acogedoramente
sustentan
en el fango su final,
su
sereno morir.
Y
una gaviota de plata
sobrevuela
el desenlace:
la
victoria del ocaso.
5
(Nuestras
vidas son charcos, como mucho.
No
podemos ser ríos, no hay manera
de
que un saco de huesos y de vísceras
condenado
al dolor y a la minucia
se
parezca a este nítido proceso
de vidas y hermosuras.)
QUÉ SINO SUEÑOS
Después
de Leonardo y de la guillotina;
después
de poner nombre a los insectos
y
de haber inventado las trincheras;
después
del pan, ese milagro cándido
del
trabajo y la llama,
y
del hambre que ahoga;
después
de don Quijote, tan hermoso
como
una encina sola,
y
de los rambos que maquinan muerte
desde
la más estricta oligofrenia;
después
de Wolfgang Mozart,
tan
Papageno como lacrimosa,
y
del trueno de trono arrebatado
de
un F-18;
después
de tantos labios
buscando
su destino en otros labios
y
de tantas pistolas buscando tantas nucas;
después
de los que viven sin hincar la rodilla
jamás
en ningún suelo, duramente descalzos,
y
de la rumia de los delatores;
después
de la quietud de los que hacen
y
de la rabia de los chupatintas;
después
de la bondad y del espanto,
¿qué
nos queda, Dios mío, qué tenemos?
Qué
sino sueños.
EL
ENIGMA
Descíframe el enigma:
el hombre solo ve cómo carcome
la amarga lentitud su tenso cuerpo,
su músculo al acecho;
el hombre solo abre los ojos y ya sueña
el incesante irse de los héroes
entre clamores turbios,
la rapidez de ávidos colores;
el hombre solo cierra los ojos y ya mira
con asco la desoladora, inútil
monotonía de su sangre,
el blanco sucio
de la pared de grumos que clausura su
frente;
el hombre solo ignora el nervio de la
ardilla,
la savia de los árboles benditos,
la matemática
callada de las nubes;
el hombre solo sabe
la crueldad del dedo agarrotado,
los desperdicios
que brillan a la orilla del camino;
el hombre solo araña la caña del recuerdo
hasta que llega al tuétano
la lija de sus uñas;
y al fin el hombre solo
consigue sepultar
bajo mundos de barro
la posibilidad de la ternura.
El hombre solo empuña
el arma vengadora
y dulcemente aprieta
la fresca galanura del gatillo.
Descíframe el enigma.
ABRIL
El humo del arcén
lentamente corrompe la
mañana.
Otra vez hace frío,
latigazo de invierno en
primavera,
pero ahora es la calma,
feroz y corrompida pero
calma.
Una urraca se acerca
al olor de la vida
desarmada y abierta.
A lo lejos, montañas
con brochazos de nieve.
Pronto vendrán las voces,
el fragor, los chirridos,
los destellos del ámbar.
El sol calienta un poquito
la pobre sangre soriana.
II
A CUBIERTO
IN
TEMPORE
Bien sé que soy aliento fugitivo
Quevedo
Qué
bien dice el cantor que veinte años no es nada:
no
miran, no se tocan, no juegan, no discuten.
El
tiempo sólo pasa, carroñero de infancias,
y
nos pone en el sitio de no quedar impunes.
Es
viejo compañero, el tiempo, y amigable.
Te
aleja por igual de lo que aborreciste
y
de lo que has amado, de lo que te callaste
y
de lo que has podido clamar, pasión en ristre.
Que
veinte años no es nada... Todo entonces tan vivo,
todo
entonces tan alto y yo entonces tan bobo.
Me
veo -son retazos, el tapiz en olvido-
cautivo
en un embrujo de música y de ojos.
Recuerdo
que he sentido nostalgia algunas veces
de
aquel tiempo de pálpitos. Hoy lo veo pequeño
y
diáfano y cercano. Con la pausada lente
de
la memoria miro sus arrugas, sus fuegos.
¡Ah
tiempo, puñetero! Haces que me desdiga.
Somos
ya tan hermanos que apenas me distingo.
Evoco
tus meandros y veo mis aristas,
rememoro
tus pasos y sé mi rastro fijo.
No
mientes, no traicionas: no habrías de dar miedo.
Los
que te temen, tiempo, temen su misma vida.
Yo
he llegado a apreciarte. De tu enseñanza espero
la
lucidez cansada de la misantropía.
AUTORRETRATO
Aunque
os importe un bledo conocerme
-lo
comprendo muy bien, a mí tampoco
me
interesáis vosotros-,
os
contaré de mí lo que desee.
Yo
nací junto al Ebro,
que
es un modo cabal de nacer junto al barro;
yo
nací en primavera, justo cuando
vence
el sol su batalla contra el cierzo.
Mi
infancia son recuerdos de una casa
de
tierra con aliento,
de
papeles pintados, de estufas en invierno:
olor
a madre y a sartén y a sábana.
Mi
adolescencia es pasmo
de
estupidez y cálidos anhelos;
caí
en la poesía como caí en los celos,
con
penuria de seso y exceso de entusiasmo.
Luego
pisé descalzo la hierba y sus saberes
y
conjugué los verbos brotar y desvivirse
y
me puse a la sombra de los tristes
y
disfruté de vinos, de músicas, de pieles.
Me
casé con mujer de carne y hueso,
con
mujer de verdad, raíz y entraña:
no
quiero nada con princesas ni hadas.
(Las
ideales liguen con los tiesos.)
Me
acompaña el orgullo de los hijos:
firme
Guillermo, perspicaz Irene.
Y
dejé de fumar y les prometo a ustedes
que
es hermoso vencer al sinsentido.
He
conocido a gente interesante:
el
cojo de Madrid, el borracho de Boston,
el
argelino triste, el moscovita loco,
el
ciego cenital de Buenos Aires...
Como
don Luis ateo por la gracia de Dios;
como
el buen don Antonio a mi trabajo
acudo,
qué remedio, con mi dinero pago;
como
don Pablo veo junto a la sombra el sol.
No
me creo tan bueno como ellos, no teman,
pero
es mejor fijarse en los que saben
lo
que la vida esconde en su entretela
y
escapar de los tontos que tanto tiempo invaden.
Y
ya me estoy cansando de cansaros
(¿o
era de cansarles?), ya se acabó la autopsia.
Este
quieto tenaz con vocación de náufrago
regresa
a su sombrero: ¡salud, camino y sombra!
ELOGIO
DE LA NIEBLA
La
niebla desbarata el horizonte,
borra
la lejanía.
Nos
acerca a las cosas que tenemos más cerca
y
a los que nos rodean.
¡Nos
hace tanta falta que nos presten
un
poco de miopía!
La
niebla nos impone la minucia,
la
humildad del más soso realismo,
el
detalle preciso bajo lente de lupa.
Que
no haya cielo es bueno,
nos
obliga a pisar el dulce suelo
y
a mirarlo por fin, tan olvidado.
Es
bueno que sepamos
mirar
donde ponemos nuestros pies,
donde
tenemos el asiento.
Y
además está el gris,
esa
ausencia de brillo en los colores
que
rima con sosiego.
¡Nos
hace tanta falta esta grisalla
serenamente
mate!
La
niebla trae la paz, la densa paz
de
leche anochecida
que
ahuyenta las quimeras,
que
nos ata a lo próximo.
Mejor
que yo lo dijo Mr. Auden,
leed
su "Gracias, niebla".
CUANDO
LA ROSA ACABA
Cuando la rosa acaba, su perfume
por un instante es cima de la gracia,
justo antes de llegar, oscura y lacia,
a su frío interior, que la consume.
Cuando tiemblan otoño y sus raíces,
justo antes de llegar a la osamenta,
hay un momento en que se transparenta
todo un fervor de albas y matices.
Cuando el sol se desangra en el estío,
vencido por violetas y por lutos,
rebosa madurez, ofrenda frutos
de nítida sazón y dulce avío.
¡Así pudiera yo, leñoso y fuerte,
arder en la frontera de la muerte!
VALONSADERO
A Juan Antonio Gómez Barrera
Mezcla el sebo y la
tierra
en el pequeño cuenco.
Rojos quedan sus
dedos,
pero es tan diferente
al de la sangre
este rojo que merece
la pena
llevárselo a la
lengua
y probar a qué sabe:
sabe a sebo y a
tierra y a la punta
certera de las
flechas.
Miran los suyos en
silencio
cómo prepara la
pintura.
Todos en él confían,
en su destreza
y en su manera lenta
de mirar.
Con su dedo pulgar
unge la frente de los
suyos
con el rojo de
tierra.
Unge también el aire
donde estuvo la
frente de los muertos,
y se unge a sí mismo
en la frente y los labios.
Dice palabras
rituales
que aprendió cuando
todo brillaba tras la lluvia,
cuando apenas llevaba
cien lunas en la
vida.
Después pinta en la
piedra.
Padre
Sol, Madre Tierra,
los
hermanos y hermanas,
los
seres que comemos,
los
árboles, el agua...
Los
que nos dan su aliento
surgirán
de mis dedos
para
que sean siempre,
como
brotar de fuente.
Me
miran en silencio.
BACH
Los
astros piden paso,
sus
órbitas, su oculto fuego,
su
extremado silencio.
Las
aves piden paso,
sus
filos, sus airosos límites,
el
calor del plumón.
La
nieve pide paso,
su
calma, su pureza estricta,
la
desnudez que nutre.
El
tiempo es espiral,
esa
línea que avanza levemente
sin
dejar de ser círculo.
Germina
el eco con tesón de tallo
en
cada curva viva.
Inevitablemente
se
desgranan las cifras que componen el arte,
que
es espejo de Dios y es artificio duro.
Un
pecado el capricho, un pecado el adorno:
la
Verdad ha vencido,
la
belleza se postra ante su dueña.
Crece
la curva viva en cada nota,
pero
jamás se pierde el equilibrio:
geometría
en tránsito,
criatura
en ascenso
que
forma parte ya de la naturaleza.
Más
que música, claro, más que medio:
artefacto
que vive, número que conmueve,
indestructible
serie de compases
que
son para sí mismos
siendo
para su Todo y siendo riego
fresquísimo
y fecundo
para el humilde que se atreve
a abrir
a
un tiempo los oídos y la mente.
Este
sonido de alabanza pura
enraiza
en las alturas del cerebro,
crece
desde el sentido a los sentidos,
pone
frutos de luz en mitad de la sangre.
VIOLONCHELO
La
tensa calidez de la madera.
Cuatro
cauces de piel en los que cabe
el
agudo latir, la sangre grave,
la
íntegra armonía de la esfera.
La
curva en equilibrio reverbera.
Cada
roce del arco denso sabe
que
hace nacer la voz, el canto clave
para
donaire de la vida entera.
Vibra
también el alma del oído,
se
cobija su son en cada poro.
Dentro
un ramaje de aire mece el nido
donde
se calma un corazón canoro.
Es
más que tronco y que temblor tañido:
galanura
raigal de árbol sonoro.
VALS
Dadme
el vaivén de las olas aladas,
dadme
el zigzag de los pies en el vals,
quiero
pasar sobre el tiempo marchito
cálidamente
marcando el compás.
Ímpetu
y pulso de crin o de boca,
cántaro
claro teñido de piel,
gozo
tenaz cortejado por juncos,
pasos
y espliegos heridos de sien,
pan
en un cesto de sólidas manos,
la
compasión en los ojos de abril,
sábana
al sol de quien tensa su espalda,
ruta
o estela de estrella o delfín,
sangre
que trama latidos de nido,
tronco
que trenza raíz de fervor,
péndulo
líquido, péndulo mío,
pálpito
solo de más corazón,
ritmo
que sigue la elástica senda,
linde
de limo que lame la luz,
río
que traza sus arcos de escamas,
curva
nocturna del astro del sur:
dadme
el vaivén de las olas aladas,
dadme el zigzag de los pies en
el vals,
quiero
pasar sobre el tiempo marchito
cálidamente
marcando el compás.
EL
POETA FRÍE UN HUEVO
El
oro transparente se derrama
para
servir de lecho al alimento.
Quiebro
la curva perfección y siento
la
consistencia de su doble trama.
El
cristal se hace nieve por la llama
(oh
paradoja del fervor violento)
y
un sol pequeño se cobija lento
tras
esta nube que el fulgor proclama.
Hago
llover el ámbar crepitante
sobre
el meollo circular y sobre
su
ardiente abrazo albar y satisfecho.
Huele
a honradez y a infancia y a una pobre
mesa
de amable paz. Bien, adelante,
comprobad
si hay puntillas y está hecho.
ABC
El ejemplar del sábado
diecinueve de octubre
trae la esquela del décimo-
primer aniversario
de un hombre al que su gente
se empeña en no olvidar.
La página setenta
y dos da testimonio
de tanta tozudez,
habiendo recibido
los Santos
Sacramentos.
Lesbianas entre
sábanas,
caliéntate, lo hago
en directo y
escuchas,
las gatitas en celo.
Esto leo en la página
setenta y tres y veo,
bajo el golpe aparente,
la forma de un sentido,
la savia de un deseo:
encontrar quien nos quiera,
sea verdad o no,
y recordarlo.
EN SAZÓN
Es hermoso el amor que desbarata
brújulas y sentidos, sangre y sesos;
el que llena las ganas
de espinas dulces, de maravillosos
ahogos y de brasas cristalinas.
¡Qué desazón el pétalo inminente,
la memoria del gusto de unos labios,
el deseo quebrado, la crujiente
duda que augura celos!
Es hermoso el amor de llamarada,
pero aún es mejor y más lozano
querer en la costumbre de hacer nuestro
lo que las manos crean y sostienen,
querer en el camino
hecho con pan común y con cansancio junto,
querer en la quietud y en el silencio,
querer en la semilla cotidiana.
El amor que nos lleva suavemente
hacia la claridad de cada día
es más hermoso, sí, que aquél que ardió
a la luz de la luna,
porque
ahora sabemos que los frutos del tiempo,
como todos, maduran poco a poco;
porque ahora sabemos que hay que hacer el camino
y mancharse las botas y encontrar la fatiga
para ser en sazón y en esperanza.
Y DEJO QUE SEA MOZART, POR
EJEMPLO
Me he perdido.
Iba yo de excursión por los
cerros de Úbeda,
es decir, por el alma, por
mi alma,
por sus airosas entretelas,
por su corteza íntima,
cuando, de pronto, miro y
ya no veo.
¡Otra vez me he perdido!
Y es que así no hay manera,
con tanta distracción: este
brotar de niños,
este campanilleo de
cazuelas,
este olor desmedido a
labios húmedos,
este afán de la luz por
parecerse a la esperanza.
En fin, ya no hay remedio.
Será mejor que apague la
mirada interior
y me proponga cosas de
provecho.
Hago la ronda: Begoña, que
no incordie;
Guillermo, que otro rato;
Irene, que antes sí,
pero ahora no.
Pues ellos se lo pierden.
Yo a lo mío.
Lo dicho: he de ser de
provecho,
por lo tanto coloco en la
boca de plástico
el círculo sonoro, me tumbo
en el sofá
y dejo que sea Mozart, por
ejemplo,
-también me sirve Albéniz-
quien me lleve otra vez a
los cerros de Úbeda,
a los airosos límites del
alma,
a la íntima corteza
desvelada
por la que paso lento las
yemas de los dedos
y en la que palpo las
arrugas tibias
de la felicidad.
No he cerrado los ojos,
no he cerrado los ojos y me
he vuelto a encontrar.